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El turbocompresor, o el popularmente conocido como turbo, es una pieza o sistema que se encarga de enviar oxígeno al motor para que este se mezcle con el carburante. Consecuencia de esta sobrealimentación de oxígeno es que se produce un aumento de la combustión y se genere así una subida importante de la potencia del vehículo. El uso de turbocompresores ha sido una de las razones del éxito de los motores diésel en los últimos años, aunque es verdad que, en ocasiones, algunos vehículos de gasolina también cuentan con este sistema.
Gracias al turbocompresor, se consigue que el coche tenga una mayor potencia, sin tener que construir un motor más potente, que generaría más contaminantes. Así contaminamos menos y disfrutamos de un ahorro a la hora de pagar impuestos. Como sabes, el impuesto de circulación está relacionado con la potencia del coche por lo que, si el coche tiene menor cilindrada, el turbo le da ese empujón que le hace falta por la falta de caballos.
Entre las averías más comunes en el turbocompresor encontramos las siguientes:
Entre los consejos para conseguir que no haya averías en el turbocompresor, el principal pasa por respetar los tiempos de calentamiento-enfriamiento y no forzar el turbocompresor cuando iniciamos el coche. Tampoco se aconseja dar acelerones durante la conducción.
Otro asunto a tener en cuenta es controlar carbonilla. Como hemos indicado anteriormente, un exceso de carbonilla en el turbocompresor pondrá el motor en modo de seguridad. Para que la carbonilla no se acumule en el turbocompresor y/o en la válvula EGR, se aconseja conducir unos minutos en marchas cortas y subir las revoluciones del coche, acelerando en rampas.
Por último, y no por ello menos importante, se aconseja usar el aceite recomendado por el fabricante para proteger el turbocompresor.